sexta-feira, 18 de março de 2011

La calidad de las olas

MIGUEL HERRERO DE MIÑÓN - Miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas/España.


No, no se trata de una lección de surf. No voy a ponderar la excelencia de la playa de Salinas, en Asturias, para la práctica de tal deporte. No son las olas de mar las que me preocupan, sino el criterio políticamente correcto sobre las olas democratizadoras que parecen agitar el mundo musulmán. Hay quien cree y quiere difundir y aun imponer que las olas democratizadoras iniciadas en los años setenta en la Europa del sur -Grecia, Portugal, España- fueron homogéneas con las producidas primero en Iberoamérica; estas con las siguientes en Europa central y oriental, seguidas por las que agitaron el Asia central postsoviética y que han de culminar, en este segundo decenio del siglo XXI, en Oriente Medio y Próximo. ¡Y ojalá fuera así! Pero ni la experiencia avala la homogénea calidad de tan diferentes olas, ni parecen ponderarse bastante los efectos que en contextos diferentes puede tener el modelo occidental de democracia.

Si, efectivamente, los autoritarismos clásicos y sus homólogos comunistas cedieron paso en los últimos años del siglo XX a regímenes de efectiva democracia, el primer decenio de la presente centuria ha puesto de relieve el espejismo de la mutación. En Iberoamérica son pocos los países, como Brasil, Chile o Perú, que gozan de un auténtico sistema democrático, caracterizado por el respeto a las normas constitucionales, el control y la alternancia en el poder. Las tradiciones autoritarias, reforzadas por decenios de comunismo, pesan en Europa oriental y las repúblicas de Asia Central se encuentran en las antípodas de lo que entendemos por democracia.

Las transiciones extraeuropeas no han seguido las pautas de Grecia, Portugal o España, a mi entender, fundamentalmente por dos razones. De un lado, las diferente tradiciones políticas. Por eso, lo que ha sido posible en Polonia o Hungría no lo ha sido en Rusia ni lo que ocurre en Eslovenia o Serbia puede ocurrir en Albania, por grande que sea el interés estratégico americano en Kosovo. Solamente el talento de Cirus Vance pudo creer que Bosnia y Suiza eran análogas y, con la misma lógica, sus sucesores confiar en la tradición democrática del Afganistán. De otro lado, desde Aristóteles a Lipset es bien sabido que la democracia requiere una clase media poderosa. Algo que, a la altura de nuestro tiempo supone un razonable grado de bienestar económico y social. ¿Acaso la revolución del pan (cuya causa remota es una despiadada especulación de futuros sobre los cereales) que sirvió de fulminante a la movilización delas masas en el norte de África supone algo más que hambre y frustración? Y frustración y hambre han generado siempre autoritarismos. Aunque sería bueno tomar en cuenta la opinión del profesor Elorza en su magnífico artículo publicado hace días en estas páginas donde, tras las huellas de Linz, recomendaba distinguir los diferentes tipos de sistemas autoritarios. No es lo mismo una "democracia gobernada" en una sociedad militar, como era y es el caso de Egipto, que un régimen cuasi totalitario a fuer de teocrático y patrimonial, de los que no faltan ejemplos en el Oriente Próximo.

Los biempensantes arguyen con el ejemplo turco, olvidando que su aparente occidentalización fue fruto de la férrea dictadura de Atatürk y que tras su desaparición el país se ha movido entre el Scilla del gobierno militar y el Caribdis de una democracia rayana en la anarquía que, cuanto más auténtica ha sido -y ahora casi lo es- más se acerca a las tradiciones políticas otomanas, tanto en lo interior como en lo exterior. O gobiernan los militares o la democracia es islámica. Se silencia, por el contrario, el caso iraní donde se sustituyó el autoritarismo modernizante del sah -imitador de Atatürk- por el incalificable régimen de los ayatolás. La actitud del presidente Obama ante la crisis egipcia, reproduce literalmente la del presidente Carter ante la de Irán en 1979 y esperemos, sin confianza alguna, que sus resultados no sean igualmente brillantes.

Tales precedentes no avalan la democratización del Medio y Próximo Oriente sobre pautas occidentales, sino el triunfo del islamismo radical, única fuerza, tal vez minoritaria como se nos repite diariamente, pero la única realmente organizada en aquellos países.

Los errores de la política occidental no son ajenos a tan sombría situación. Basta atender a otra serie de olas de mala calidad.

Al disolverse el Imperio Otomano tras la I Guerra Mundial, los británicos quisieron organizar Oriente Próximo con monarquías parlamentarias (copiaron la Constitución belga de 1831) basadas en las nada desdeñables burguesías emergentes de Egipto y Mesopotamia y en las lealtades tribales. Incluso, tras la II Guerra Mundial, intentaron extender el modelo a Libia. Franceses y americanos, por motivos diferentes, se lo impidieron en gran medida. Los primeros se instalaron en Siria y Líbano y, pese a su relativo éxito en el Magreb, ni colocaron a la primera en la senda de la modernidad ni solventaron, antes al contrario, el pluralismo étnico-religioso que lastra la historia contemporánea de Líbano. Los americanos, sedientos de petróleo, dieron una muestra más de su agudeza política convirtiéndose en el sostén de una Arabia ultramontana cuyo fruto más sazonado ha llegado a ser Bin Laden. El proyecto británico se redujo a Irak y Jordania y todo conocedor de tales países antes de la Revolución de 1958 añora la Mesopotamia feliz de Nuri-er-Said, con Husein de Jordania, uno de los más grandes estadistas del Oriente contemporáneo

Sin embargo, ni aquellas burguesías liberales ni sus tutores londinenses supieron dar cauce e integrar (esto es, satisfacer y moderar a la vez) las emergentes aspiraciones nacionalistas que el ineludible hecho de Israel y la llamada estrategia indirecta de la entonces Unión Soviética contribuyeron a radicalizar. Egipto, en 1952 comenzó un proceso de derrocamiento de los reyes y retirada de los británicos culminada en Adén, que la doctrina de Eisenhower nunca supo compensar.

Occidente frustró por doquier las aspiraciones nacionalistas de los árabes y contribuyó a erosionar las instituciones neotradicionales que podían servir de estratos protectores de la estabilidad política y el caso marroquí así lo demuestra. Al final, en vez de librarse a tiempo de Sadam Husein, los americanos destruyeron innecesariamente el aparato estatal iraquí, bastante eficaz y laico, sustituido por la anarquía y la intolerancia. El islam, cuanto más radical mejor, apareció como única alternativa de identificación a quienes, antes que la libertad cultivada en el Atlántico Norte, requieren pan, autoestima y dignidad.

Y tras tantas oleadas de errores llega, desde Europa y Estados Unidos, la retórica, nada más que retórica, exigencia de democracia ¿De qué demos? La mala calidad de las olas puede culminar en un tsunami.

ENTREVISTA: Catástrofe en el Pacífico - KENZABURO OÉ, Premio Nobel de Literatura 1994

PHILIPPE PONS - Tokio - 18/03/2011

El novelista Kenzaburo Oé, premio Nobel de Literatura en 1994, es una de las conciencias de su país. Siempre se ha mantenido fiel a los valores sobre los que se construyó el Japón de la posguerra. Se esfuerza con obstinación en recordar que la memoria es la base a partir de la cual se reflexiona sobre el presente. Nacido en 1935 en un pequeño pueblo de la isla de Shikoku, este hombre discreto es una voz ponderada y humanista de un Japón reducido a menudo a su cultura de masas o a sus productos. El autor de Notas sobre Hiroshima siempre se ha esforzado por vivir con dignidad.

Pregunta. En su opinión, ¿qué significado tiene la catástrofe que está viviendo Japón dentro de la historia moderna?

Respuesta. Desde hace unos días, los periódicos japoneses solo hablan de la catástrofe que estamos viviendo y la casualidad ha querido que uno de mis artículos, escrito la víspera del seísmo, se publicara en la edición vespertina del diario Asahi el 15 de marzo. En él evocaba la vida de un pescador de mi generación que había sido expuesto a radiación en el transcurso de una prueba de la bomba de hidrógeno en el atolón de Bikini. Yo lo conocí con 18 años. A partir de ese momento dedicó su vida a denunciar el engaño del mito de la fuerza de disuasión nuclear y la arrogancia de los que defienden su uso. ¿Sería un oscuro presagio el que me impulsó a evocar a aquel pescador justamente el día antes de la catástrofe? Lo cierto es que él había luchado también contra las centrales nucleares y había denunciado los riesgos que presentan.

Llevo mucho tiempo dándole vueltas al proyecto de revisar la historia contemporánea de Japón tomando como referencia tres grupos de personas: los fallecidos en los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, las víctimas de la radiación de Bikini (uno de cuyos supervivientes fue ese pescador) y las víctimas de las explosiones en las centrales nucleares. Si analizamos la historia de Japón desde el punto de vista de estos fallecidos, víctimas de la energía nuclear, su tragedia queda de manifiesto.

Hoy comprobamos que el riesgo de las centrales nucleares se ha hecho realidad. Sea cual sea el aspecto de la catástrofe que estemos descubriendo (y con todo el respeto que siento por los esfuerzos humanos desplegados para ponerle freno), su significado no da lugar a ninguna ambigüedad: la historia de Japón ha entrado en una nueva fase y, una vez más, estamos sometidos a la mirada de las víctimas de la energía nuclear, de esos hombres y mujeres que han dado prueba de un gran valor en su sufrimiento. La lección que podremos extraer del desastre actual dependerá de la firme resolución de no repetir los mismos errores por parte de aquellos a los que se les ha concedido el derecho de vivir.

P. Esta catástrofe aúna de manera dramática dos fenómenos: la vulnerabilidad de Japón a los seísmos y el riesgo que presenta la energía nuclear. El primero es una realidad a la que este país lleva enfrentándose desde la noche de los tiempos. El segundo, que amenaza con ser todavía más catastrófico que el seísmo y el tsunami, es obra del hombre. ¿Qué sacó en claro Japón de la trágica experiencia de Hiroshima?

R. La importante lección que debemos extraer del drama de Hiroshima es la dignidad del hombre, tanto de aquellos y aquellas que murieron al instante como de los supervivientes, afectados en carne propia, y que durante años tuvieron que soportar un sufrimiento extremo que espero haber podido plasmar en algunos de mis escritos.

Los japoneses, que conocieron el fuego atómico, no deben plantearse la energía nuclear en función de la productividad industrial, es decir, no deben tratar de extraer de la trágica experiencia de Hiroshima una receta para el crecimiento. Al igual que en el caso de los seísmos, los tsunamis y otras calamidades naturales, hay que grabar la experiencia de Hiroshima en la memoria de la humanidad: es una catástrofe aún más dramática que las naturales porque la provocó el hombre. Reincidir, dando muestras con las centrales nucleares de la misma incoherencia respecto a la vida humana, es la peor de las traiciones al recuerdo de las víctimas de Hiroshima.

El pescador de Bikini al que he mencionado anteriormente no dejó de exigir la abolición de las centrales nucleares. Una de las grandes figuras del pensamiento japonés contemporáneo, Shuichi Kato (1919-2008), hablando de las bombas atómicas y de las centrales nucleares sobre las que el hombre pierde el control, recordaba la célebre expresión de una obra clásica, Almohada de hierbas, escrita hace 1.000 años por una mujer, Sei Shonagon. La autora evoca algo que al mismo tiempo parece muy lejano, pero que en realidad nos queda muy cercano. Una catástrofe nuclear parece una hipótesis lejana, improbable, pero siempre nos acompaña.

P. Más de 60 años después de su derrota, parece que Japón ha olvidado los compromisos que adquirió entonces: el pacifismo constitucional, la renuncia a la fuerza y tres principios antinucleares. ¿Piensa que el desastre actual despertará una conciencia contestataria?

R. Cuando se produjo la derrota de Japón, yo tenía 10 años. Un año después se promulgó la nueva Constitución y al mismo tiempo se aprobó la ley marco sobre la educación nacional, una especie de reformulación en términos más sencillos de la Ley Fundamental destinada a que los niños la entendieran más fácilmente.

Durante los 10 años que siguieron a la derrota, siempre me pregunté si el pacifismo constitucional, un elemento del cual es la renuncia al recurso a la fuerza, y luego los tres principios antinucleares (no poseer, no fabricar y no utilizar armas atómicas), reflejaban bien los ideales fundamentales del Japón de posguerra. (...)

Japón reconstituyó progresivamente una fuerza armada mientras que los acuerdos secretos con Estados Unidos permitieron la introducción de armas atómicas en el archipiélago, vaciando de sentido los tres principios antinucleares oficialmente anunciados. Esto no quiere decir, sin embargo, que no se tuvieran en cuenta los ideales de los hombres de la posguerra. Los japoneses habían conservado el recuerdo de los sufrimientos del conflicto y de los bombardeos nucleares. Los muertos que nos miraban nos obligaban a respetar esos ideales. El recuerdo de las víctimas de Hiroshima y de Nagasaki nos ha impedido relativizar el carácter pernicioso de las armas nucleares en nombre del realismo político. Nos oponemos a ellas. Y al mismo tiempo, aceptamos el rearme de facto y la alianza militar con Estados Unidos. Ahí es donde reside toda la ambigüedad del Japón contemporáneo.

Con el correr de los años, esta ambigüedad, fruto de la coexistencia del pacifismo constitucional, del rearme y de la alianza militar con Estados Unidos, no ha hecho más que reforzarse ya que no dimos ningún contenido conciso a nuestros compromisos pacifistas. La confianza total de los japoneses en la eficacia de la fuerza de disuasión estadounidense permitió que la ambigüedad de la posición de Japón (país pacifista bajo el paraguas nuclear estadounidense) se convirtiera en el eje de su diplomacia. Una confianza en la fuerza disuasoria estadounidense que iba más allá de las divisiones políticas y que fue reafirmada por el primer ministro demócrata, Yukio Hatoyama, con ocasión del aniversario, en agosto de 2010, del bombardeo atómico sobre Hiroshima, mientras que el representante estadounidense subrayó más bien en su alocución los peligros de este arma.

Podemos esperar que el accidente de Fukushima permitirá a los japoneses reencontrarse con los sentimientos de las víctimas de Hiroshima y de Nagasaki y reconocer el peligro de todo lo nuclear, del que tenemos nuevamente ante nuestros ojos un trágico ejemplo, y poner fin a la ilusión de la eficacia de la disuasión preconizada por las potencias que disponen del arma atómica.

P. Si tuviese que contestar a la pregunta que plantea el título de uno de sus libros, Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura, ¿qué diría hoy?

R. Escribí ese libro cuando había alcanzado la llamada edad de la madurez. Estoy en lo que llaman la tercera edad y estoy escribiendo "una última novela". Si logro sobrevivir a la locura actual, el libro que terminaré empezará con una cita del final de El infierno de Dante que dice más o menos: "Y después saldremos para volver a ver las estrellas".

quinta-feira, 10 de março de 2011

George Bush no tenía razón

LLUÍS BASSETS 10/03/2011

Primero tímidamente. Ahora con descaro. Bush tenía razón, empiezan a decir algunas voces desde el rincón en el ángulo oscuro de la derecha neoconservadora. La democracia que va a llegar a los países árabes, el ejemplo para los pueblos oprimidos por las autocracias, la exigencia de un apoyo incluso militar a quienes se levantan, todo esto estaba ya en la doctrina estratégica de George W. Bush, el héroe conservador que derribaba dictadores a cañonazos.

Contribuye a esta campaña la pervivencia del limbo judicial que es Guantánamo, a pesar de la promesa de Obama que ordenó cerrar la cárcel en el plazo de un año. Son muchas las continuidades entre las políticas de seguridad de Obama y de Bush que corroboran esta impresión: las entregas extraordinarias y los asesinatos selectivos de sospechosos de terrorismo en territorio extranjero, la incapacidad de uno y otro para sentar a palestinos e israelíes a negociar la paz bajo la fórmula de los dos estados, la persistencia del avispero terrorista en la frontera afgano-paquistaní o el permanente desafío nuclear de Irán.

Pero el meollo del problema es la Doctrina Bush, cuyo análisis requiere recurrir a quienes saben, que son quienes ayudaron a fabricarla en su día. Este es el caso del columnista Charles Krauthammer, que localiza el núcleo de tal doctrina en el discurso de toma de posesión del segundo mandato presidencial (enero de 2005) cuando Bush aseguró que la misión central de la política exterior estadounidense consistía en difundir la democracia por el mundo. "La supervivencia de la libertad en nuestro país depende del éxito de la libertad en otros países", dijo entonces el presidente.

Su expresión más práctica, según el articulista neocon, es la Agenda de la Libertad, nombre con el que se denomina la estrategia que condujo a una guerra preventiva y unilateral contra Sadam Husein y que debía crear un Irak democrático que expandiera su ejemplo y su influencia hasta la creación de un Gran Oriente Próximo democrático y pacificado. Según Krauthammer, las actuales revoluciones árabes han convertido a todo el mundo en "conversos de la agenda de la libertad de George W. Bush", mientras que la Casa Blanca de Obama "repite lo que fue la tesis fundamental de la Doctrina Bush, es decir, que los árabes no son una excepción en las ansias universales de dignidad y libertad".

Para Krauthammer, Irak es todavía el ejemplo, puesto que es "la única democracia árabe que funciona, con elecciones multipartidistas y prensa libre". Aquella guerra, asegura, aterrorizó a Gadafi, que renunció a unas armas de destrucción masiva que le serían ahora de gran utilidad disuasiva. La actitud de EE UU, que "no ha robado el petróleo a Irak, no dejará bases permanentes y tampoco ha instalado un régimen títere, sino una democracia que funciona", ha desembocado, según esta teoría, en la desaparición del antiamericanismo entre los árabes, tal como demuestran las revueltas de estas semanas.

Esta presentación de la Doctrina Bush permite obviar algunas cosas molestas. La agenda de la libertad, al contrario de lo que dice el columnista, no era el núcleo de la doctrina, sino el maquillaje, dirigido sobre todo al público más liberal e internacionalista. El meollo era la reivindicación de la legitimidad de la actuación unilateral de Estados Unidos en una guerra preventiva. Y su versión ampliada, la Guerra Global contra el Terror, que divide el mundo en amigos y enemigos de Washington y permite suspender indefinidamente derechos y libertades en casa y en el exterior en nombre de los intereses presidenciales.

Esta agenda ha fracasado. Más: ahora nos encontramos con la pésima cosecha de aquella siembra. Ante un caso de una claridad moral indiscutible, el de un pueblo indefenso atacado desde el poder aplastante de la dictadura, todo son remilgos y discusiones de campanario. Bush tenía en sus manos un poder inmenso y unas circunstancias de prosperidad envidiables, y lo dilapidó todo por la obsesión de sus consejeros neocons que querían liberar el planeta de tiranos por la fuerza del dinero y de las armas. Obama se encuentra, a pesar de sus reflejos internacionalistas, con una opinión interna escarmentada y un entorno diplomático realista, reticente a nuevas aventuras.

Aquella falsa agenda de la libertad de Bush es la que ha conducido hoy a una parálisis generadora de nuevos peligros. Si el autócrata se sale con la suya, cundirá el mal ejemplo entre dictadores, el prestigio de Obama quedará tocado y surgirá el peligro, señalado ya por Hillary Clinton, de una Somalia con petróleo. La obligación de proteger consagrada por Naciones Unidas quedará también en cuestión, de forma que los déspotas tendrán carta blanca durante años para seguir haciendo de las suyas. No, Bush no tenía razón alguna.

quarta-feira, 2 de março de 2011

El señor de las moscas de Libia

Omar Ashour es profesor de Política de Oriente Medio y director del programa de estudios de posgrado sobre Oriente Medio en el Instituto de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Exeter (Reino Unido). Es autor de The de-radicalization of jihadists: Transforming armed islamist movements (La desradicalización de los yijadistas. La transformación de los movimientos islamistas armados). © Project Syndicate, 2011. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

Soy una gloria que no será abandonada por Libia, los árabes, Estados Unidos y América Latina... Revolución, revolución, que comience el ataque", dijo el autotitulado Rey de los Reyes Africanos, Decano de los Dirigentes Árabes e Imán de todos los Musulmanes, coronel Muamar el Gadafi. Esa declaración resume la reacción, extraordinariamente represiva, del régimen libio al levantamiento popular contra la dictadura de Gadafi, que ha durado 42 años.

Pero la táctica de Gadafi lo ha dejado encerrado. De ser derrotado, le resultará difícil encontrar refugio en el extranjero, como hizo el expresidente Zine el Abidine Ben Ali, y el exilio interior, como el actualmente concedido a Hosni Mubarak, será imposible.

Aunque la capacidad del régimen para cometer matanzas a gran escala ha disminuido, la derrota de Muamar el Gadafi tendrá un gran coste en vidas humanas. En un caso extremo, el régimen podría utilizar armas químicas, como hizo Sadam Husein contra los kurdos de Halabja en 1988, o podría lanzar una campaña de intensos bombardeos aéreos, como hizo Hafez el Asad de Siria en Hama en el año 1982.

En ese momento, la intervención internacional sería más probable que nunca. En Libia hay un millón y medio de egipcios y muchos otros ciudadanos extranjeros, británicos entre ellos, y ahora se encuentran en una situación extraordinariamente vulnerable. En su primer discurso durante la crisis, Saif el Islam el Gadafi, el hijo supuestamente moderado del coronel, se refirió a una conspiración internacional contra el régimen, con participación de egipcios, tunecinos y otros agentes extranjeros. La respuesta del padre y del hijo ha sido la de incitar a la violencia contra los extranjeros.

Otra posibilidad es una iniciativa por parte del Ejército o de una parte importante de él contra Gadafi y sus hijos. El problema es que el Ejército libio, al contrario que las Fuerzas Armadas egipcias y tunecinas, no ha podido actuar de forma cohesionada desde que comenzaron las protestas. Oficiales y suboficiales del Ejército han desertado, en muchos casos con sus tropas, y se han pasado al bando de los oponentes al régimen. Dos pilotos de las fuerzas aéreas desviaron sus aparatos hasta Malta, y después lo hizo un buque de la Marina de Guerra... con lo que todos ellos desobedecieron las órdenes de Gadafi de que bombardearan la ciudad oriental de Bengasi.

Pero, al menos hasta ahora, no ha habido noticia de divisiones entre los Comités Revolucionarios, intransigentes y leales a Gadafi, cuyo número asciende a unos 20.000 guerreros. Lo mismo es aplicable a la Brigada 32, encabezada por otro de los sietehijos de Gadafi, Jamis el Gadafi. Dicha brigada es la encargada de proteger la zona de Bab el Aziziya de Trípoli, donde vive el coronel en su falsa tienda beduina.

Los servicios libios de inteligencia militar, dirigidos por Abdula el Sonosi; las Fuerzas de Seguridad Interna, dirigidas por El Tuhami Jaled, y el Aparato de Seguridad de la Jamahiriya siguen intactos también y sin escisiones conocidas. Desde luego, es probable que la profunda rivalidad y desconfianza entre los aparatos de seguridad militar de Libia provoque divisiones que serán un factor decisivo para socavar el régimen, pero, en general, el carácter y las lealtades tribales del Ejército libio le impiden funcionar como una sola unidad: ni para respaldar a Gadafi ni para unirse a la rebelión contra él.

Si Gadafi resultara derrotado en los próximos días, las lealtades tribales desempeñarán un papel decisivo. Las rivalidades, vendettas y armas están generalizadas entre los miembros de tribus diferentes de Libia, lo que indica la probabilidad de una guerra tribal en el periodo posterior a Gadafi.

Sin embargo, las señales procedentes del este de Libia, zona ahora "liberada de Gadafi", indican lo contrario. Naturalmente, las rivalidades intertribales son profundas en el este de Libia, pero el nivel de organización y coordinación entre los dirigentes de la rebelión ha sido impresionante. Se crearon rápidamente comités de seguridad, médicos y de otra índole, del mismo modo que en Egipto los rebeldes que protestaban hace unas semanas crearon instituciones rudimentarias similares para el mantenimiento del orden.

Además, cuando Ahmed Qadaf el Dam y Said Rashwan, dos figuras destacadas del régimen, visitaron Egipto e intentaron reclutar tribus con ramas libias del desierto occidental de Egipto, para atacar la zona oriental, liberada de Gadafi, no consiguieron nada. Awlad Ali y las demás tribus rechazaron los generosos sobornos que se les ofrecieron.

La sociedad civil libia no está tan desarrollada como sus homólogas egipcia y tunecina, lo que indica también que la caída de Gadafi podría originar una guerra tribal, pero en todo el mundo árabe se han tenido en cuenta las enseñanzas que se desprenden de la sangrienta guerra civil en el Irak posterior a Sadam y la entrega y la madurez de la juventud ha pasado a ser un modelo para otros árabes que aspiran a la libertad y la dignidad. El pueblo de Libia puede ser más políticamente maduro y avanzado de lo que muchos observadores creen.

La comunidad internacional tiene un deber jurídico fundamental para con Libia. Los nombres de quienes dirigieron las fuerzas responsables de las muertes que ha habido son bien conocidos. Si se incluyeran los nombres de Abdula el Sonosi, Abdula Mansour y El Tuhami Jaled, además de Gadafi y sus hijos, en listas internacionales de vigilancia o si se formularan órdenes de detención contra ellos, muchos de sus subordinados se lo pensarían dos veces antes de ordenar a sus soldados que dispararan o bombardeasen.

Occidente conoce desde hace decenios los crímenes contra la humanidad y las conspiraciones terroristas del régimen de Gadafi, muy en particular la matanza de Abu Selim de junio de 1996, en la que se mató a tiros a 1.200 presos políticos después de que protestaran por las condiciones carcelarias. Aun así, no hubo una investigación internacional, principalmente porque los intereses petroleros pudieron más que el ultraje moral.

Occidente debe a los libios la protección contra otra matanza. Hasta ahora, el Gobierno de Obama y los dirigentes europeos han hecho declaraciones correctas, pero las palabras no bastan; ha llegado la hora de adoptar medidas concretas.